Jun 20, 2011

El problema de la educación básica en México

*Extracto del artículo publicado en la revista Crisol Plural en Marzo de 2011.

Sobre educación y políticas educativas todos creen saber algo, incluidos quienes consideran que exentar de impuestos a los que pagan escuelas privadas es una buena medida. 

Para empezar, son muchos los que creen que el problema de la educación es el dinero y la falta de decisión del Gobierno por dar más a los centros educativos, pagar mejor a los maestros y destinar más recursos por niño. Por esto, no es producto de la casualidad que otra parte de la población -políticos y tomadores de decisión incluidos- considere que la educación privada es mejor que la pública, en tanto invierte más y sobre todo administra mejor, sin burocracia. Pero algo debiera ser claro a estas alturas del partido, en muchos mercados, el cliente no siempre tiene la información y se equivoca. Aquí destaca lo que alguna vez un profesor que no era de Oaxaca dijo: “si el problema de la educación fuera tan fácil como meterle dinero, alguien ya lo hubiera resuelto”.

Para comenzar a desenmarañar este asunto sin resolver, hay que definir primero por qué es un problema. La cosa es sencilla, México desde el año 2000 participa en una prueba de evaluación educativa internacional conocida como PISA, la cual es aplicada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) a sus países miembros y a algunos invitados. En este test que se realiza cada tres años, nuestro país ha destacado por aparecer siempre debajo de la media de la OCDE y atrás de países de ingreso similar como Chile y Uruguay y lejos del líder en Latinoamérica, Cuba. Esto quiere decir una sola cosa, nuestros niños no están aprendiendo lo que deberían, nuestro capital humano en el mediano plazo seguirá siendo bajo y como resultado, el crecimiento del país se mantendrá por debajo de su potencial.

Para entender el por qué de estos malos resultados hay dos cosas importantes que se tienen que asimilar: primero, que los niños de escasos recursos económicos enfrentan más problemas y restricciones sociales durante toda su vida que el resto de los infantes; y segundo, que las capacidades cognoscitivas o de aprendizaje son muy similares entre personas al nacer, independientemente de su origen socio-económico. Este par de ideas -forjadas luego de décadas de investigación en diversas ramas de las ciencias sociales y psicológicas- implican una cosa fundamental: lo que separa a las personas con éxito de las que no lo tienen son las condiciones socioeconómicas en las que nacen, las cuales se traducen en desigualdad de oportunidades educativas, laborales y de desarrollo.

Pero la evidencia científica no sólo debiera utilizarse para rellenar páginas de artículos que pocos leen. Además, debiera permear las decisiones de política pública que intentan solucionar el problema educativo. Más aun en países como el nuestro, donde la política (no pública) se ha empeñado en tomar medidas con base en la ocurrencia y el beneficio electoral. Esto sucede particularmente en uno de los ámbitos medulares en el desarrollo del país y uno de los más delicados, el educativo, donde los errores que para éste se cometen afectan a generaciones enteras. No obstante, la ocurrencia, hasta parece válida y muchos la avalan, sobretodo en la educación, porque todos creen que saben algo y para muestra falta un botón.

Recientemente se anunció en México la deducibilidad tributaria de las colegiaturas. Esto tiene por objetivo mejorar la economía de las personas cuyos hijos atienden escuelas privadas -un 8% de los niños en educación básica en nuestro país- y de “impulsar la educación”. La lógica de política pública detrás y el fundamento del apoyo brindado a dicha medida por diversos medios de comunicación y líderes de opinión, es que la educación necesita de más participación privada para mejorar. Esto a pesar de que varios expertos alrededor del mundo señalan que la educación básica pagada no es necesariamente mejor y que sus escuelas lo hacen tan bien o tan mal como las públicas.

Pero ¿por qué es que buena parte de la sociedad mexicana, los políticos, el presidente, la opinión pública, los medios y líderes de opinión, se equivocan? Primero, porque la información al respecto es escasa; segundo, porque todos creen saber de educación; tercero, hay pocos expertos en el tema en México y menos aun con presencia en los medios; y cuarto, encontrar la respuesta a por qué la educación privada no es mejor que la pública no es un asunto trivial; aunque tampoco es tan difícil de entender.

En efecto, los estudiantes de educación básica en escuelas privadas obtienen en promedio mayores puntajes en las pruebas estandarizadas internacionales como PISA, así como en la prueba que evalúa a todas las escuelas de nuestro país, la prueba ENLACE. Sin embargo, esto no se explica porque los alumnos poseen mayores capacidades intelectuales innatas o porque la escuela privada sea mejor desarrollándolas. Antes bien, la evidencia internacional señala que la brecha de resultados entre educación pública y privada se explica por el nivel socio-económico en el que crecen los niños. Esto sugiere un par de cosas: la primera, que los sistemas escolares y en particular el mexicano, de poco sirve para dirimir las diferencias del origen socio-económico y por el contrario, las preserva; y la segunda, que las escuelas privadas agregan poco valor a sus estudiantes.

Con esto, sólo hay que notar que a las escuelas privadas asisten los infantes que nacieron en hogares con más recursos económicos y de padres más preparados en promedio, por lo que poseen más recursos financieros y culturales, además de motivación suficiente. Dado esto, la preocupación en las escuelas privadas, radica más en hacer una buena selección de sus estudiantes para obtener mejores resultados que la media de las escuelas públicas. En general y con sus honrosas excepciones, no requieren de agregar mayor valor académico y desarrollar habilidades nuevas para lograr ese objetivo, por lo que se concentran en ofrecer valores morales o religiosos y/o actividades lúdicas y deportivas para diferenciar su oferta.  

A partir de esto, la calidad educativa en las escuelas privadas es atendida marginalmente porque es mal juzgada y vagamente exigida por los padres, quienes al momento de escoger escuela, juzgan los valores del centro escolar, la cercanía, su infraestructura, e incluso trivialidades como el uniforme, como signos de calidad. Aquí, parece pertinente preguntarse ¿cuántos padres de familia en México conocen el resultado de la prueba ENLACE de la escuela a la que asisten sus hijos?

Ahora, podríamos volvernos a preguntar, si es el nivel socio-económico del hogar el que determina la diferencia de caminos y éxitos en los niños, entonces ¿el asunto sí es un problema de dinero? La respuesta no es tan evidente; pero sirve citar de nuevo al maestro que no es oaxaqueño: “si la cosa fuera tan fácil, sería tan sencillo como aventar dinero desde un helicóptero y esperar que la gente lo invierta en la educación de sus hijos”. Es decir, el dinero por sí mismo, sea invertido por el Gobierno o por los padres, no es suficiente, porque requiere de “hacerse efectivo”. Como ejemplos, basta con señalar que en México se invierte tanto en educación básica respecto a su Producto Interno Bruto como en los países más desarrollados.

Vale también decir, que los mejores alumnos de las mejores escuelas privadas, es decir, nuestros estudiantes de élite, los que no tienen restricciones socio-económicas ni culturales, los que han sido más estimulados y motivados que ningún otro, apenas obtienen en promedio los mismos resultados que el estudiante en la media de Finlandia, uno de los países mejores evaluados en la prueba PISA.

Por estos motivos, apostar como país a la educación privada como medida para mejorar la educación en general no tiene justificación y es una política desinformada y en el caso de la exención de impuestos recientemente anunciada, es una opción que puede tener consecuencias no deseadas. Porque dentro de los estudios especializados no se ha encontrado evidencia fehaciente de que un sistema educativo de este tipo es mejor, tanto para las familias (quienes por lo menos pueden beneficiarse de los contactos obtenidos en las escuelas privadas) como para los intereses del país. Por esto, los investigadores coinciden en que el sistema escolar y su capacidad para cohesionar y dirimir diferencias sociales, disminuye las brechas de resultados entre clases sociales y desigualdades futuras. Pero esta función difícilmente puede ser cumplida con un sistema educativo que tiene algunas escuelas para los socio-económicamente privilegiados y otras para niños que no tuvieron la misma suerte de nacer en hogares aventajados.

Las escuelas privadas en casos de extrema desigualdad social como en México, segregan. Éstas ofrecen una membrecía exclusiva al club de más motivados y con mejores recursos, lo que tiene como efecto que los alumnos con mejores condiciones dejen de asistir a escuelas públicas, donde podrían influir positivamente en compañeros que no contaron con la suerte de nacer en hogares de estrato social alto. Es decir, además de segregar y separar a los estudiantes, la educación privada disminuye la distribución de lo que se conoce en la literatura especializada como “el efecto par positivo”.

Junto con esto, se debe aclarar que la educación pública tampoco es la panacea aquí y en todo lugar, pero al menos, en contextos de una alta desigualdad social, es necesaria para mejorar la distribución de oportunidades entre nuestros niños. Como ejemplo está Portugal, el país que más ha avanzado en los últimos seis años en la disminución de la brecha de resultados entre estudiantes provenientes de familias de ingresos bajos y los de altos recursos, de acuerdo con el reporte de la prueba PISA 2009.

De esta forma, los expertos han podido concluir algunas cosas sobre el problema de la educación: primero, el problema no es tanto la cantidad de dinero que el Estado invierta en la educación (por supuesto, sobre un mínimo indispensable) sino los mecanismos para hacerlo funcionar adecuadamente. Es decir, por un lado, se le puede dar el dinero a las escuelas y generar un programa de apoyo a la mejora educativa en los centros, con base en la rendición de cuentas y la autonomía de gestión; o por el otro, los recursos se pueden entregar en buena parte a la jefa del sindicato.

Segundo, el problema no es si el sistema educativo es público o privado sino su calidad y su capacidad para disminuir la brecha entre niños de diferente contexto socio-económico. Sin embargo, no existe una idea probada de cómo lograr que los centros privados puedan ofrecer igualdad de acceso. Al respecto, en Chile se intentó primero que en ningún otro lugar del mundo garantizar esto con base en la entrega de vouchers o cheques a los estudiantes y no de fondos a las escuelas, para que éstas compitieran por atraerlos. Sin embargo, los resultados no han sido favorables, la segregación aumentó. Las razones han sido muchas, pero destaca que los padres que gozan de un  ingreso medio han optado por migrar a escuelas privadas subvencionadas y esto ha "desfinanciado" la educación pública, donde continúan asistiendo los niños de menores recursos económicos.

Finalmente, los expertos coinciden en que lo fundamental de cara a resolver el problema de la educación es dejar de hacer más políticas basadas en recetas universales, sin información concisa sobre resultados educativos, ni desde el escritorio –en donde se incluyen las exenciones fiscales. Por el contrario, la política más importante hasta el momento en el logro de mejoras educacionales se conoce en la literatura especializada como “escuelas efectivas”. Esta política educativa, en términos demasiado generales, se basa en ir a las escuelas que mejor lo hacen en las peores condiciones y observar qué hacen bien, para reproducirlo en los centros educativos que peores resultados tienen.

La política de “escuelas efectivas” suena bastante sencilla en el papel, pero para variar no es fácil de aplicar, porque para empezar requiere de que la clase política se preocupe por la educación y considere conveniente solucionar el problema en México. Esto en lugar de aparecer en los medios para anunciar medidas que no sólo benefician a pocos, sino que además, pueden afectar a otros, a los que de por sí tienen menos oportunidades para progresar socialmente.